Iba yo ayer, a eso de las nueve de la tarde, camino de mi casa. Como es habitual, me crucé con distinta gente, nada fuera de lo normal. Pero hubo un gesto de una persona, un gesto muy habitual, que me llamó la atención y me dio que pensar. Era una persona mayor, de unos ochenta años. Iba en dirección contraria, bien estirado, con las manos cogidas tras la espalda, caminaba tranquilamente. Iba silbando.
Esto fue lo que me llamó la atención, no su forma de colocar los labios, ni la canción que interpretaba. Es bastante común ver a un anciano silbando por la calle, o tarareando un ritmo aleatorio, pero alguna vez te has preguntado, querido lector, por qué silba ese anciano.
Un silbido, en una persona mayor, en una persona que ha vivido mucho y le queda poco por vivir, es señal de tranquilidad, es señal de alegría, es señal de paz, es señal de orgullo. Es señal de que es una persona que, a pesar de lo que le haya podido ocurrir o lo que haya podido hacer, está satisfecho de la vida que ha tenido, de los actos buenos que ha realizado y el bien que ha hecho en su familia, con sus amigos o en su ambiente habitual. Es una persona que sabe que le queda poco, pero que no tiene miedo, porque está preparada. Y todo esto lo demuestra de una forma muy simple: silbando.
Por eso, admiro a los ancianos que silban y espero que, en un futuro lejano, pueda yo también ponerme a silbar. Porque, en mi opinión, anciano silbador, orgulloso está de su labor.
En mi opinión...
domingo, 25 de enero de 2015
Anciano silbador...
domingo, 14 de diciembre de 2014
Los perfiles del perfil
sábado, 8 de noviembre de 2014
El sonido del recuerdo
Dícese y oyese que, hoy en día, la gente joven puede pasar largas horas escuchando música. Hay muchas teorías u opiniones al respecto. Hay quien piensa que esto se debe a que esta juventud hemos nacido en un mundo acostumbrado al ruido allí donde se vaya, y escuchar el silencio incomoda o provoca náuseas. Otros dicen que necesitamos la musica porque somos incapaces de pensar por nosotros mismos, y poder escuchar a Pitbull decir: "que no pare la fiesta" nos sirve de gran ayuda para tomar importantes decisiones.
Pero el sentido o la finalidad de la música va más allá. Para algunas personas mayores, esta teoría sacada de mi bolsillo puede ser difícil e incluso imposible de entender. Las opiniones que he expuesto al principio de la entrada, son, en muchas ocasiones, ciertas. Pero no solo le ocurre a la gente joven, pues mucha gente adulta, mientras realiza acciones cotidianas, instintivamente tararea o canturrea el ritmo de una canción (hay quien incluso acompaña su íntimo concierto dando golpecitos con los dedos en una mesa).
Seguro que te ha ocurrido, querido lector, que estando en un supermercado o con la radio del coche encendida o caminando por la calle, oyes una canción que te llama la atención. Seguramente al resto de seres humanos que tengas a tu alrededor les será indiferente, pero a ti te emociona. Al oír esa canción te recuerda a un momento de tu vida o a un hecho concreto que, no se sabe bien por qué, tu cerebro quiso archivar y quedó olvidado en algún lugar de tu cabeza. Puede hacerte sonreír o hacerte llorar.
En mi opinión, estos momentos (a los que me gusta llamarles brain's voice) son una prueba de que toda nuestra vida va acompañada de una melodía. No siempre es la misma, pues depende de nuestra situación o nuestro estado de ánimo, pero siempre nos resulta muy agradable. Hay quien utiliza la musica como un simple medio placentero, pero en realidad, la música es la voz de nuestro cerebro, su forma de expresarse y de hacernos ver las cosas.
jueves, 10 de julio de 2014
miércoles, 29 de enero de 2014
El olor de la tristeza
Nueve de la tarde, con las últimas fuerzas del día consigues arrastrar tu cuerpo hasta el portal de casa. Con un movimiento rápido metes tu mano en el bolsillo del pantalón y sacas las llaves de casa. Mientras sujetas el manojo vas buscando la clave indicada que introducirás en la cerradura para así, al fin, abrir la puerta que te resguardará del frío que inunda la ciudad cuando el sol termina su turno. Caminas lentamente hacia esa máquina que tantas veces te ha salvado la vida, el ascensor. Solo de verlo se te dibuja una sonrisa en la cara, pero a medida que te acercas hacia tu gran amigo, te das cuenta de que hay algo en él que no cuadra. Hay algo que no estaba esta mañana, ni ayer. Una sensación de agobio y opresión te invade rápidamente. Te temes lo peor. Cuando por fin estás a un palmo de la puerta metálica confirmas tus sospechas. Es un folio sujeto a la pared con una tira de celo, y con la tan odiada letra del conserje está escrito: ASCENSOR AVERIADO. POR FAVOR, DISCULPEN LAS MOLESTIAS.
Coges fuertemente la barandilla y comienzas a subir las escaleras con una enorme tristeza, pero sin perder la dignidad. A medida que te vas acercando hacia el primer piso, tu olfato de roedor detecta un agradable aroma a bacon y huevos fritos. Solo de pensar en la sensación de mojar el pan tierno en la yema, se te hace la boca agua.
Sigues subiendo, tal vez con una sensación diferente. El agradable perfume se esfuma lentamente pero, antes de que desaparezca, por completo aparece otro olor tan gratificante: el olor a bizcocho recién hecho. Te imaginas partiendo lentamente con las manos el esponjoso bollo, mientras un hilo de vapor caliente sale de su interior empapando de paz y tranquilidad todos los rincones de la casa .
Ahora te sientes totalmente calmado. Subes las escaleras casi levitando, pero una tercera fragancia te hace poner los pies en el suelo. Reconoces ese olor, intentas subir más rápido para no tener que olerlo. Es inútil, ya has llegado al tercero. Muy asustado abres la puerta de casa. Te diriges hacia la cocina y ves a tu padre haciendo los bocadillos.
- Hola papá
- Hola, ¿qué tal?
- Muy bien. ¿Qué... hay... para cenar?
-Acelgas.
martes, 17 de diciembre de 2013
Carta de Navidad
domingo, 27 de octubre de 2013
¡Eh, tú! artista
- La gente no lo sabe.
- La gente no se lo cree.